Los astros de Argentina y Brasil, protagonistas en la última final de la Copa América, dejaron varias lecciones para los que confunden pasión con violencia y entienden que la rivalidad sólo es en la cancha lo que dure el juego.
Luego que la selección albiceleste se impusiera ante los norteños 1-0, en el mítico Estadio Maracaná, Lionel Messi festejó como nunca su primer título oficial de mayores mientras Neymar debe aguardar unos años más para hacer ese sueño realidad.
Luego de llorar por la derrota, el futbolista brasileño encontró a su excompañero del Barcelona y le estrechó un fraternal abrazo. Posteriormente, quedó inmortalizada la imagen de los dos futbolistas sonriendo descontracturados en el campo de juego.
Quedará la duda sobre qué hubiera sucedido si el resultado hubiese sido al revés. ¿Messi se habría prestado para una imagen así con la bronca y frustraciones acumuladas por el hincha argentino antes del título obtenido el sábado? Difícil.
De todos modos, eso sería entrar en suposiciones que eximen al argentino de toda culpa. Incluso, su imagen de líder quedó muy bien representada durante el festejo en el campo de juego de sus compañeros. En particular, cuando a su compañero Rodrigo De Paul se le ocurrió entonar un cántico ofensivo contra los brasileños, que el propio Messi abortó.
Estas actitudes tuvieron tanta o más repercusión que una de las jugadas clave que tuvo el partido, gracias a la amplificación que le dieron los usuarios de las redes sociales. Para muchos futboleros de ´la vieja escuela», estos gestos le hacen perder la esencia al «deporte más lindo del mundo».
Sin embargo, el hiper profesionalismo de los futbolistas de hoy deja a un lado las rivalidades tóxicas para transformarlo en un espectáculo donde, si bien el resultado es clave, el fair play y los mensajes que transmiten hacia afuera de la cancha, también lo son. Contrario a lo que decía Obdulio Varela: «los de afuera ya no son de palo.
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