El argentino y el uruguayo vuelven a hacer de las suyas, ahora en Inter Miami y al final de su carrera. Descripción de una dupla legendaria.
Lionel Messi acelera desde el círculo central. Baja el centro de gravedad, acaricia el balón hacia adelante con mayor velocidad y decide atacar. Tiene 36 años y el partido está a punto de terminar, pero deja en el camino casi sin esfuerzo al alemán Noel Caliskan, de 23. Cuando se acerca al área rival parece detectar la diagonal de un compañero y casi sin mirar hacia adelante, plena visión periférica en acción, suelta el balón.
Ahí está Luis Suárez.
El uruguayo se disponía solo para una cosa: darle una opción de pase a su compañero. Al final, casi que se topó con la pelota, no le dio para patear al arco y tocó de primera a Diego Gómez Amarilla, que definió solo para marcar el 2 a 0 de Inter Miami ante Real Salt Lake, en la primera fecha de la MLS 2024.
La secuencia probablemente no haya dado la vuelta al mundo ni agrandado las expectativas por la dupla Suárez-Messi en Estados Unidos, pero regala una visión alrededor de una sociedad que, junto a Neymar, probablemente haya conformado la mejor delantera de la historia del fútbol.
Sobre el final de su carrera, pero en pleno auge por todavía disfrutar del fútbol, especialmente de sus selecciones, con miras a la Copa América 2024 y, por qué no, un poco más hacia adelante, Messi y Suárez se preparan para reeditar su disco de grandes éxitos, una fórmula que, lejos de ser inexplicable, tiene una serie de condimentos que los vuelve únicos.
Cuando a Luis Enrique, entrenador del Barcelona que lo ganó prácticamente todo, incluida la Liga de Campeones 2015, y puso al equipo catalán en la misma altura de lo que hasta hace poco había hecho Pep Guardiola, le preguntaron por la famosa MSN (Messi-Suárez-Neymar, en tiempos en los que la BBC de Benezema, Bale, Cristiano funcionaba como contratiempo algo morboso en el mundo del fútbol), decidió resaltar el costado humano de tres personas que decidieron al menos hasta 2017, cuando el brasileño partió a PSG, descolgar el cartel de ‘estrella única’ y ponerse el traje de ‘superhéroes de equipos’: «Para mí la grandeza es la capacidad que tuvieron en poner por delante al equipo por encima de lo individual», dijo el entrenador, ahora en París.
Suárez, ídolo de Uruguay que no estuvo en el inicio del proceso de Marcelo Bielsa pero fue convocado en las últimas dos fechas de Eliminatorias sudamericanas, en noviembre, tiene menos técnica que físico pero eso no quiere decir que carezca de recursos.
De espaldas al arco, el uruguayo cuenta con el repertorio completo; sabe rebotar de primera cuando Messi busca una de esas paredes rápidas en las que pretende disparar desde afuera del área. Pero, con su potencia, si se cierran los caminos para la descarga, también logra bajarle el ritmo a esa jugada y hacerlo en dos o tres tiempos.
Si el pase no es una opción, pocos atacantes tienen tanta facilidad para girar con los dos perfiles. Por eso para muchos defensores, marcar al uruguayo es poco menos que una pesadilla. Resulta difícil pegarse porque podría darse vuelta y pegarle con izquierda o derecha casi con la misma fuerza y precisión. Y, si la defensa no resulta tan agobiante y se le otorgan un par de metros, podría darse vuelta y enfrentar en un duelo individual. Otra mala secuencia para cualquiera que pretende evitar un gol en su portería.
Suárez tiene el ritmo de juego -el tempo- perfecto para Messi. El uruguayo juega a una velocidad a la par del argentino porque todos sus esfuerzos son al máximo. Incluso cuando sabe que la pelota no le llegará. El uruguayo sabe generar espacios en base a sus carreras. Algunas veces, diagonales. Otras, a espaldas de los defensores.
El uruguayo es un optimista que ‘cura’ sus propias interacciones con Messi. Porque cuando hace un regate no del todo bueno, es el primero en remendar el error. Cuando el control no es lo suficientemente preciso, siempre está para corregir. Cuando da un pase equivocado, es el que más chances tiene de volver a recuperar la posesión por su habitual desesperación en la recuperación tras pérdida.
Como los grandes goleadores, encuentra ‘negocios’ en situaciones incómodas para la mayoría de los jugadores. Aceleramientos exagerados al primer palo ante un posible centro. Forcejeo con los defensores para aparecer desde atrás. Choques para bloquear marcas. Y más.
Aún con 37 años, parte de su virtud todavía reside en archivar la intermitencia y abrazar la continuidad. Sus acciones se entrelazan sin dejar brecha entre una secuencia y otra. Por es cuando Messi enfila por dentro a una serie de defensores, consigue percibir, de refilón, que unas piernas se mueven a un ritmo diferente, que unos botines se posicionan para recibir el balón, que un grito llega como desesperado para ser opción.
Ahí está Messi, con toda su sabiduría y entendimiento del juego. Ahí está Suárez, con más de 500 goles en la espalda que no lo posicionan más como un goleador que como un brillante y único jugador de rol.
No está claro si ganarán más títulos o si se convertirán en grandes leyendas del Inter Miami. Pero es cierto que los fanáticos de ese equipo -y del mundo- pueden disfrutar de una sociedad para siempre que no conoce calendarios, edades, fines de ciclo ni paso del tiempo pero que comparten un lenguaje único que no se puede enseñar ni comprar. Messi-Suárez, una sociedad para siempre. Para toda la vida.