Se originó como un sincretismo entre las celebraciones católicas así como las diversas costumbres de los indígenas de México.
Es una festividad que se celebra principalmente en México y en países latinoamericanos como Bolivia, Ecuador, y, en menor grado, en países de América Central y en la región andina de América del Sur.
Desde el noroeste de Argentina hasta México, en zonas donde existe una gran población indígena. En 2008, la Unesco declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de México. Actualmente, también se festeja en zonas más al sur. Por ejemplo en Buenos Aires: por migrantes del área andina central, principalmente del noroeste argentino, del occidente de Bolivia y del sureste de Perú.
En algunas comunidades indígenas, la celebración transcurre en los cementerios, se adornan o redecoran las tumbas, se hacen altares y ofrendas sobre las lápidas o, incluso, se limpian los huesos de las personas ahí enterradas.
El 1 de noviembre, jornada para recordar a los muertos chiquitos, los juguetes son comunes en los altares.
Actualmente, las ofrendas son tan variadas como la imaginación, combinan tradición, arte y creatividad, pero en ninguna de ellas puede faltar el cempasúchil, la flor de los muertos.
Las festividades del 1 y 2 de noviembre han ganado fama internacional y parecerían ser cada día más grandes y coloridas.