¿Cómo definirías a Carlos Perciavalle, como persona?
“Soy un tipo con mucha suerte, muy serpiente (en el horóscopo chino) y muy sano. Desde chico (y a lo largo de los años) me enrolé en todas las cuestiones que tuvieran que ver con la salud. Nunca tomé alcohol, ni fumé. Hasta hace poco era vegano, fui macrobiótico, fui todo lo que te puedas imaginar.
También hacía yoga, acá, cuando recién compré la chacra. Venían todos mis amigos, (Graciela Borges, Gerardo Romano, Miguel Ángel Solá, Boy Olmi, entre otros) éramos un grupo de 24, porque en ese momento era como que “había que hacer yoga”. Me he cuidado mucho toda mi vida.
La única adicción que tenía, y que me vino regio en la pandemia, eran las pastillas para dormir. Porque sabes que si no dormís 8 horas no puedes actuar. Y yo me acostaba tarde, porque terminada la función siempre hablaba con China una hora y media (lo peor que hay para la voz es hablar por teléfono), y después nos juntábamos a jugar a la canasta en casa con Susana, y otras más. Era como una especie de rutina y siempre jugando por placer, nunca por plata. Y así se hacían las 5 o 6 de la mañana y a esa hora no te dormís.
Entonces primero empecé con una pastillita y al final terminé tomando como cuatro y con eso me dormía.
Hablemos un poco de tus inicios. ¿Comenzaste en Montevideo muy chiquito?
Si, muy chiquito, en Teatro Universitario, tenía 15 años. Era una obra que se llamaba “La cantera”, con un grupo de actores, entre ellos Enrique Almada. De aquella época no sobrevive nadie más que Estela Medina, que es una divina y no sé si hay algún otro.
El teatro independiente uruguayo era algo maravilloso, porque eran unas obras, un repertorio con unos autores bárbaros y la gente adoraba eso.
Por eso cuando me fui a Buenos Aires y me inscribí en el conservatorio, cuando había que elegir escenas para hacer con compañeros, yo tenía todas las horas del mundo, todas las escenas. Y todas las chicas querían trabajar conmigo porque yo tenía todos los papeles y sabía todas las obras.
¿Cómo fue para vos la experiencia del Conservatorio?
Una experiencia maravillosa. Porque yo estudiaba arquitectura, pero me aburría y me di cuenta de que no quería ser un arquitecto que de noche hiciera teatro. Yo quería hacer teatro todo el tiempo. Y pensé que podría lograrlo si me iba a Buenos Aires.
Entonces una tía mía que había nacido el mismo día que yo (mi madrina), me dio el dinero para el pasaje. Además, yo daba clases de matemáticas y siempre tenía algunos alumnos, me las arreglaba muy bien, como buena serpiente.
Hacía de extra en televisión y otras cosas, porque llegue muy pobre a la Argentina. Primero fui al Teatro Cervantes pensando que debería tener una escuela, pero me mandaron a Callao y Las Heras al Conservatorio Nacional y llegué el último día de inscripciones. ¡Era para mí!
Entré a un cuarto lleno de chicos y chicas, me senté al lado de Antonio Gasalla, ahí fue donde lo conocí. Ese día también estaba Edda Diaz, ambos serpientes como yo.
¿Cómo fueron esos primeros años en Buenos Aires, mientras estudiabas en el Conservatorio Nacional?
Buenos, se fue armando un grupo con Antonio, Edda y también una chica que había ganado una beca para asistir a las clases, no era alumna. Se llamaba Lucrecia Castagnino, era de Rosario (Tigre) y era monísima y de una familia riquísima, pero a ella no le daban un mango, porque no aprobaban que fuera actriz. Se había divorciado y nos hicimos muy amigos.
Y yo vivía como podía, lo primero que hice fue una obra para niños y tenía un actor amigo, que tenía un departamento, y a veces me invitaba a dormir a su casa, Así que – más o menos – gracias a las amistades dormía en lugares distintos. Luego el novio de una hermana mía me llevó a una casa en pleno centro, que era de una gallega que alquilaba cuartos. O sea, que he pasado por todo, tanto que de la pieza de la gallega pase a vivir en el Alvear, (muy mío). Porque no tenía un mango, pero un amigo de New York, Martín Lasal, tenía un departamento allí y me lo dejó. Así que no pagaba nada y vivía en el barrio más paquete, como príncipe. Cuando llegó el cuarto año del conservatorio me llamó China, una vieja amiga…
Hablando de China Zorrilla, tu gran amiga ¿cómo se conocieron?
A China la había conocido cuando estaba en el Liceo, porque en literatura veíamos el Siglo de Oro Español y por eso nos obligaban a ir al teatro, porque es mucho mejor ver una obra de Teatro Clásico, bien interpretada, que leer (que la verdad es un opio). A veces, estaba la Comedia Nacional, o íbamos algún otro teatro de esos maravillosos teatros independientes que había en el Uruguay en los 60.
Entonces, ponen en cartelera “Don Gil de las calzas verdes” en el Solís. La obra empezaba con la China que entraba caminando por la platea.
Gil es el personaje de una mujer que se disfraza de hombre, por eso entraba así vestida de hombre, divina y yo cuando la vi dije: “Esta mujer es una estrella, esta mujer brilla más que las estrellas de Punta del Este”, que yo había conocido en los festivales de Litman (porque yo viví en Punta del Este en esa época, tres años de mi infancia aquí).
Siempre fui muy lanzado, así que cuando terminó la función, vi que a través de los palcos bajos había entrada al escenario. Abrí la puerta, me metí como si tal cosa, y digo ¿cuál es el camarín de la señora Zorrilla? Y cuando me indicaron le golpee la puerta para conocerla y ella me dice riendo: “Yo te vi todo el tiempo”.
El elenco estaba pendiente de una cabecita con rulos que asomaba un palco bajo, festejaba y se reía”. Ella tenía 19 años, más que yo, pero la edad no me importaba nada, me pareció divina, nos estuvimos riendo y hablando de lo que más me gustó. Y entonces China dice, me encanta conversar con vos. ¿No te gustaría conocer a mi familia? ¿No quieres venir mañana a mi casa? Y obvio que fui y me presentó a su papá, que era escultor y a la mamá la famosa Bimba Muñoz, la mujer más graciosa que conocí, adorable, divina.
A partir de ese momento fui un miembro más de la familia. Tanto, que a mamá a veces le daba celos pues pasaba mucho tiempo con los Zorrilla. Y yo le decía: Bueno mamá, lo siento mucho, pero me río más con ellos. ¿Qué querés que te diga?
Mamá era muy graciosa también, abogada y bancaria, una mujer genial.
¿Viviste con tu familia en Buenos Aires de chico y volviste después?
Exacto, vivimos cuando era chico y luego volvimos a Uruguay. Por eso nosotros estudiamos un poco acá y un poco allá. Luego volví cuando comencé en el conservatorio y ellos me siguieron, luego se volvieron nuevamente a Uruguay.
En un momento vivías muy cerca de China y – si mal no recordamos – ¿Niní Marshall también era del Barrio?
Si, China vivía sobre la calle Uruguay y Niní frente a Plaza Vicente López, en un último piso con un balcón lleno de orquídeas y las flores más lindas. En Recoleta, el barrio dónde vive Cristina (Kirchner). Y Niní escribía sus libretos en la plaza. Era como Woody Allen, hacia todo, después había un director, pero ella hacía lo que quería, era genial. Mi debut en televisión fue en un programa con Niní Marshall.
¿Y el cine? Sabemos que tu primera película fue dirigida por Daniel Tinayre. ¿Pero por qué figurabas como Héctor en los créditos?
Sí. ¿Y vos, cómo sabes eso? Te cuento, en el conservatorio no te dejaban actuar, estaba prohibido actuar hasta que estuviéramos en cuarto año (el ultimo). Decían que teníamos que “guardar” todo para ese momento. Pero yo hacía lo que se me cantaba.
Me cambiaba el nombre y pensaba ¿quién va a ver esta película? Y después la vio todo el mundo. Me llamaba el director que se llamaba Néstor Noceda, que era terrible conmigo, cruel, pero cruel, cruel, cruel. Más que con nadie. Después me enteré que yo era su favorito y que por eso era el problema. Y siempre me daba trabajo.
Trabajé también en una película con Libertad Leblanc y salí en una revista con ella, adoré a Libertad, nos hicimos íntimos.
Así que trabajé y en general todos nos arreglábamos para hacer distintas cosas, teatro para niños en el 35, o sea, todos hacíamos de todo.
En “La cigarra no es un bicho”, acompañé a una chica de cuarto año (los de cuarto podían actuar). Ella me preguntó: ¿no me acompañas a Argentina Sono Film? Que en ese momento era como ir al fin del mundo. Había que tomar un tren y después dos ómnibus para llegar a hasta ahí, que era un estudio enorme, divino.
Entonces llegamos, yo estaba al lado de ella con mi pelo planchado (quemado en la frente por la plancha) y la chica tenía una foto. Llegó Tinayre y le dice que hable con su asistente, pero se queda por allí observando. Ella habló, le dijo que era del conservatorio, entregó la foto, mientras Tinayre nos miraba hasta que dio cinco pasos más y se detuvo. Se dirigió a mí y le dice al asistente: “Esa es la cara que yo quiero para que haga Pocho”. Era un personaje que estaba en la puerta del hotel donde se declaraba la peste con un montón de pendejos ahí, y tenía que decir “Lo que hace falta, es la ley de profilaxis”
Así que me preguntan; ¿Te gustaría trabajar en la película? Me encantaría – dije yo -. Te animas a hacer un papel que son nada más que dos días de filmación, pero se va a firmar en la calle.
Acepté encantado, y el asistente me dijo: “Sos muy joven, así que te voy a pedir que no te maquilles, que tomes sol. Yo acostumbrado a tomar sol en Uruguay en Pocitos, me estaqueaba de chico en la Playa Honda y me dispuse a tomar sol con una amiga mía, Elena Goñi, (que después fue reportera de Revista Gente). Me había puesto aceite de coco con yodo, que se usaba en esa época, con un inconveniente: no te podías meter en el agua porque la playa era frente al Aeroparque.
En fin, voy a la filmación y estábamos en un bar que había enfrente del lugar donde se filmaba, ahí en Palermo, cerca de Av. Libertador, cerquita de “La verdad de la milanesa”.
Hicimos un ensayo perfecto y a la hora de comenzar a filmar, yo que estaba feliz de la vida, filmando una película y con un color divino, ¡me quedé en blanco! No pude decir nada., y pensaba: “Ahora va a venir el francés y me va a putear (porque tenía fama de tener a todos cortitos)
Pero ocurrió todo lo contrario. Tinayre se acercó y me dice: “No te preocupes estás muy bien, sos muy chiquito, lo vas a hacer bárbaro, ¡dale! (Y me da un golpecito en la espalda). No te puedo explicar. Por un lado, me dio tranquilidad su apoyo y por el otro, estaba gritando del dolor, por la espalda quemada, ¡sentía como que la mano me había quedado pegada!!!!
La cuestión es que luego de la “mano en la espalda” me dijo que le gustaba mi actuación y me agregó 3 días más de filmación, que para mí fue maravilloso, porque con 5 días de filmación yo vivía todo un año.
Esa fue mi primera experiencia en el cine, y el estreno fue genial, vino Chiquita (Legrand) y todos los actores, que era un reparto multiestelar, y estaban las estrellas, y yo me sentía uno más de ellos. Estaba toda mi familia y cuando salieron los títulos mi padre me preguntó por qué me había cambiado el nombre. Entonces le expliqué que era para que no me echaran del conservatorio.
¿Además de tu debut cinematográfico que más hiciste por aquellos años? Sé que hubo un musical de María Elena Walsh
Sí, después de eso hice “Canciones para mirar” de María Elena Walsh. Alberto Fernández de Rosa que hacía ese papel, era muy jovencito y muy buen actor, hacía “Canciones para mirar”, de teatro para niños en el San Martín, que yo no la vi, no conocía las canciones ni quién era María Elena Walsh, no sabía nada. Y Alberto, que hacía varias cosas en esa época, no podía acompañar la obra que iba a Necochea. Así que Susana Rinaldi, (que ya era amiga mía, y había egresado del conservatorio el año anterior al que yo entrara), me avisa que se iba a necesitar un actor. Eligieron a tres: Tony Vilas, Ricardo Rubio y yo, para que María Elena nos viera por separado y ella me eligió a mí. El odio de los otros dos, no te puedes imaginar. Pero eso era muy típico, llegó un momento en que ya no te afectaba.
Me metí de lleno, feliz, y Laura la que hacía las pantomimas me explicó más o menos cómo era todo, pero yo no cantaba. Simplemente ayudaba a que el coro de niños cantara.
Estrenamos en Necochea, con el Teatro Colón lleno, pero todo lleno, fue impresionante. Recuerdo muy bien como el empresario llegó con una bolsa llena de guita y la puso sobre la mesa y María Elena repartió por partes iguales a todos. Yo le dije que no podía ser así, que ella era la autora y la jefa de la compañía. Y ella con esa grandeza me respondió: “Justamente es mi compañía y acá mando yo”. Y repartió todo por partes iguales. Con eso viví dos años, porque hicimos tres funciones y desde entonces me hice íntimo de María Elena, tanto, que ella vivía en Laprida y Melo, en un departamento muy lindo, en un segundo piso y alquiló en el mismo piso de ella, un departamento al lado para – según ella – tener todos sus contratos, sus papeles, todo eso, y además tenía ahí una cama para mí. Ella sabía que la vida de los actores muchas veces, de jovencitos, no tienen donde quedarse. Yo no tenía ni que decirle, iba directamente y vivía allí.
¿Cómo fue la presentación de “Canciones para mirar” en Estados Unidos?
Bueno, yo me fui casi definitivamente a New York, porque China y Lucrecia estaban allá.
Pero China se había ido en barco, porque le tenía miedo del avión. O sea, que estuvo dos meses y medio recorriendo Canadá, Islandia, Finlandia, hasta que llegó a Nueva York.
Yo llegué en 24 horas. Estaba feliz de la vida, tenía un poco de guita en el bolsillo para vivir bien. Mi papá me dijo, vos tenés que vivir en el Village, porque ahí están todos los artistas y yo quiero que vos aprendas que esta profesión, si la vas a seguir, sea con los buenos. Con los que lo hacen bien. Concurrí a clases del Actor`s Studio como oyente y conocí a muchos.
Y yo me había llevado (lo único que me llevé de Argentina) el libreto de “Canciones para mirar” y el disco. Y Lucrecia, que estaba en Washington y se había enganchado con la Embajada Argentina, me dice que en la embajada querían hacer algo, y me pregunta si no tenía nada para hacer, y le dije que no. Así me fui a Washington y me alquilaron una casita divina a tres cuadras de la embajada, y llevé “Canciones para mirar”.
Presentamos la obra, en ese momento para los agregados culturales, aeronáuticos, militares (entre ellos Videla, Massera, que estaban preparado el Operativo Cóndor, que todos conocemos). Pero yo en ese momento no tenía ni idea.
Siempre fui muy pro Norteamérica, me sentía fenomenal, conocí gente genial, me hice amigo de Andy Warhol, millones de cosas, yo soy muy sociable, me encantaba ir a fiestas.
Y cuando hicimos “Canciones para mirar” en Washington, vino la China, en ómnibus y me dice: “Esto es divino Carlitos, esto tenemos que hacerlo vos y yo en Nueva York, esto es una gloria, es divino. Le pedimos a mi hermana Gumita que venga de Montevideo para hacernos el vestuario. Gumita era la mujer más tímida del mundo, pero con un talento sin igual.
Nos llamó para anunciarnos que llegaba al otro día a las 6 al Aeropuerto La Guardia (no estaba el Kennedy todavía).
Y ahí comenzó esa gran aventura. Fuimos a buscarla con China, y fue la primera en bajar. Llegamos a la casa de China, desayunamos y partimos a la Calle 14, la de los puertorriqueños, donde encontrabas las telas más divinas y hablaban en español.
Para las tres de la tarde había comprado todas las telas, todos los conjuntos, todos los vestuarios y después los hizo ella misma. Los cortó los coció, todo, absolutamente todo.
Presentamos la obra en la sede de las Naciones Unidas el día la Asamblea General, cuando vienen todos los presidentes, todos los ministros de Naciones Unidas, los Reyes. Es un día muy famoso en New York, los hoteles están todos llenos.
El día de la función me fui con Gumita temprano en taxi, porque ni ella ni yo podíamos tomar ómnibus porque nos mareábamos. Agarramos justo la hora del crosstown que para hacer diez cuadras podes estar horas… Y la cuenta subía, así que cuando llegamos a más o menos a la guita que yo tenía le dije al chofer que íbamos a continuar caminando. Pero teníamos todos aquellos vestuarios y sombreros. Entonces el taxista nos pregunta de dónde éramos y cuando le decimos de Uruguay, nos comentó que había estado en nuestro país y le encantaba. Y agrega; “No pueden ir caminando con todo eso, yo los voy a llevar gratis hasta allí, les cobrare solo lo que marca hasta ahora.
La presentación fue un éxito, la gente estaba como loca. Había de todos los países del mundo y aplaudieron y se rieron, fue brutal. Y con una función estábamos China y yo conversando, y de repente aparece un tipo con pinta de gangster y nos dice “¡Como me gusto el espectáculo! “Este show tendrían que hacerlo en algún teatrito del Village”.
Y nosotros le respondemos que la obra era en español, no había tantos latinos en esa época. Que no se podía traducir porque era poesía. Y él nos dijo: “Mire, yo no hablo una palabra de español y me divertí como loco, me aprecio fabuloso”. Y abre el saco y saca 20 mil dólares y los pone sobre la mesa y dice: “Yo le doy 20.000 dólares para agradecerles lo que he visto esta noche, que me pareció un deleite. Si quieren, van y se buscan un teatro en el Village. Y si no se lo guardan y se lo gasta como quieran. A mí no tienen que devolverme nada, ustedes son artistas y a mí me gusta mucho el teatro”.
Cuando dijo eso, ya estábamos saliendo China y yo corriendo al Village a ver los teatritos que había, y había uno donde estaban dando “Los fantásticos” que todavía sigue en cartel.
Tuvimos unas críticas tan brutales que hasta salimos en la revista Life, y en el mismo número (yo tengo todo en mi libro, con la foto) pues la gente nunca cree estas cosas), ese mismo día y con el mismo fotógrafo, estaban los Beatles que venían a estrenar su película “A hard day`s nigth”. Nosotros no sabíamos quiénes eran los Beatrles, estábamos allí todos charlando, como íntimos. El único que era distinto, un poco más distante era George Harrison, pero todos eran divinos.
¿Cuánto tiempo estuviste viviendo en Estados Unidos después de esta experiencia?
Tres años, ya había audicionado para una obra en inglés, y llegué al final con otro actor – que después se casó con Joan Collins -, fue cuando empezó la guerra de Vietnam.
Y llamaron a todos, primero a todos los latinos, a todos los hispanoparlantes, a todos los negros, que fueron los primeros.
Tenía un amigo en Washington, que era el capo de la CIA, el máximo. Entonces yo con esa viveza criolla argentina que ya me había contagiado, pensé “No, yo no voy a ir a la guerra, si soy amigo de este”. Habíamos hecho funciones en su casa, él quería aprender español y que las hijas aprendieran español. Entonces lo llamo y le digo: “Te llamo porque estoy ensayando una obra para estrenar en Broadway dentro de 2 semanas. Hicimos “Canciones para mirar” con éxito bárbaro. Yo estoy agradecido a Estados Unidos que me ha dado todo. Pero no puedo ir a la guerra porque yo nunca maté a nadie, como voy a matar a un chino que no conozco. Nunca agarré un arma, no sé. Pero quiero cumplir igual con las obligaciones con el país. Te pido que me den trabajo de oficina, no me importa por cuánto tiempo y que no me paguen”.
Y él me respondió: “Mirá Carlitos, esto no es ni Argentina ni Uruguay. Esto es Estados Unidos, y acá si te llaman, tenés que ir. Lo único que yo puedo hacer es avisarte el día que salga la carta citándote, porque si vos te vas antes de recibir la carta, se ve como que volviste a tu país y no pasa nada. Ahora, si te vas después de recibirla, no entras más a Estados Unidos.”
Por lo tanto, preparé todas mis cosas, me fui llorando y le dije al otro actor que habíamos quedado en hacer la obra un día cada uno, que la hiciera él, que yo me iba. Y me volví a Argentina.
Sos un artista muy dúctil, has hecho cine, TV, teatro, musicales, has producidos algunos de los musicales más importantes de la Argentina. Pero, además sos parte de los creadores de un género, el Café Concert. Tiene un poco del vodevil francés, pero ¿cómo surgió la idea?
Yo vivía en un cuartito de un conventillo, que lo había descubierto Lucrecia Castagnino. Ese cuartito había sido atelier de Enrique Muiño, que fue una gloria del teatro y el cine. El cuarto tenía un bañito, era un lugar chiquito y había que pasar por lo de una señora que tenía un baño, con la puerta siempre abierta y ropa colgada, no sabes.
Así como en todos los teatros nos mandaban a pasear, porque no éramos conocidos y nos decían que no, Inés Quesada, (que está ahora en Punta del Este) era muy amiga de Berni, Edgardo Giménez, Charlie Squirru, de varios pintores, también de Miguel Angel Rondano, un músico maravilloso y Lalo Lazo que estaba en canal dos. Entonces había un documental de Valentino, e Inés había visto una obra de Valentino por Marcelo Mastroianni en Roma. Ella venía de Europa y yo de Estados Unidos. Me dice: Inés ¿Por qué no hacemos una versión Argentina de Valentino? Me pareció divina la idea, Lalo nos podía conseguir escenas y decidimos hacerlo ahí, en ese pequeño cuarto.
Veíamos escenas mudas de Valentino, con todas las actrices con las que trabajó, que duraban unos tres minutos.
Antonio y yo hacíamos los dos de Valentino, estamos vestidos como de scheik. Edda hacía el número que se robó la obra, era sobre una mujer que desde Avellaneda le escribía una carta, a Valentino. Y empezaba… “Octubre de 1900. Mi querido Rodolfo… No, le puedo poner así” – decía – y le preguntaba a la gente cómo encabezar la carta. Ese número fue una gloria.
Bueno lo pase regio esa época, porque además en la compañía de Cibrián hacíamos todo nosotros, había un maquinista, pero todo lo hacíamos nosotros, pintábamos el decorado, armábamos todos los detalles. Luego comíamos en el teatro, íbamos temprano en la mañana y después del ensayo o de la función, nos íbamos a la casa de Ana María y de Pepe, donde Ana María cocinaba las cosas más brutales que te puedes imaginar y luego jugábamos a la canasta por horas. Además, ellos tenían un yacht y nos íbamos al Tigre los fines de semana, o sea que era otra. ¿Cómo te podría decir? Nosotros éramos muy respetados y muy queridos, pero éramos principiantes y esto era una compañía profesional. Una experiencia que me encantó.
Desde hace unos años y después de la pandemia más aún, muchos argentinos ven Punta del Este para invertir y para vivir. ¿Cómo fue que hace tantos años decidiste que Punta era tu lugar en el mundo?
Fui el primero que vino y aquí a Laguna del Sauce, que en ese momento no había nadie.
Mirá, estaba en New York con una amiga de China, Florence Kovin, una mujer grande que le gustaba andar con jovencitos, pero no como amantes, le gustaba tener gente joven alrededor que la hicieran reír.
Un día me dijo si yo conocía la zona de los Hamptons, que es la cosa que queda sobre el Atlántico de New York, que es divino. Está la casa de los Kennedy y todo eso. Como yo conocía sólo North Port, del otro lado, ella me hizo recorrer todo eso; Hampton Bays, South Hampton East Hampton, North Hampton. Esos lugares eran una belleza, quedé fascinado y cuando regresé le digo a China: Yo sé que vos conocés y estuviste en East Hampton, que tu prima tiene una casa ahí. Pero lo que son esos lugares, esas casas, esos jardines, ese mundo, es una cosa única, única.
Y China me dice: “¿Si? ¿Te gustó? Pues cuando vayas a Punta del Este, andá a visitar la casa de mi primo. Está en la Ruta 12, kilómetro 8 y medio”.
Yo había hecho una buena temporada en Buenos Aires y me había venido, porque como había pasado mis primeros años de niñez a juventud en Punta del Este, quería comprar algo. Cómo me había ido bien, (siempre gané mucha guita en Buenos Aires, tenía 50.000 dólares, en una bolsa de plástico.
Fui con María Elena Walsh. Llegamos a kilómetro 8 y medio y de dónde está el garaje para allá en una jungla. Yo me morí.
No había energía eléctrica, había velas y Alfredo el dueño, el primo de China era un Santo.
Y le digo: ¡qué casa más divinas tenés, que lugar. ¿Y vos vendés esto? Alguien me dijo que lo querías vender. Recuerdo que estábamos parados en aquella puerta y le pregunto: ¿Vos cuánto querés por la casa? Y me responde: “Treinta mil dólares”.
Le digo: “Ah no! Esto no vale 30.000 dólares. (no te imaginás la cara del hombre, que era tan bueno y tan inocente), y agrego: “Esto vale 50.000, es más, yo los tengo acá”- y le doy la bolsa.
Él no lo podía creer, no existe que te ofrezcan el doble casi. Así que le di el dinero y le dije. La casa es mía, hacemos los papeles cuando vos quieras, cuando puedas.
Y así pasó. Al poco tiempo me llamó, hicimos las escrituras y arreglamos todo. Me instalé acá, había unos caseros que tenían gallinas, era mucho más chacra.
.
Luego comenzaron a hacerse aquí shows y obras también…
Si, y eso fue un éxito, por años, pero al principio cuando yo compré la casa, vino la revista Gente con Elena Goñi, que escribió una nota que decía “En este paraíso, además se puede vivir”. Sacó unas fotos que eran maravillosas, ya era una leyenda, quería venir todo el mundo. Susana venía acá y yo le decía: ¿por qué no te compras una casa en Punta del Este?
Todos venían y luego fui agregando casas y espacios.
¿Hay alguna cosa, de la que te arrepentís, o que si pudieras volver a vivir lo harías diferente?
No, no. Yo cometí una torpeza con una amiga que amaba que era Susana y hace unas semanas nos reconciliamos. Pero es una estupidez tan grande, que únicamente una mujer tan genial como Susana, no podés creer que tenga un punto del que no le gusta hablar, porque habla de todo, te cuenta todo, no le importa nada. Pero fue una reconciliación adorable. Y la fui a ver a Enjoy, me encantó el espectáculo. ¡Lleno! No había un lugar. Lleno de público real, el que compra la entrada, un éxito.
Hubo un momento, en el que todos los que te quieren, estuvimos preocupados porque sabemos que alguien que era de tu confianza te hizo una mala jugada.
Si, me vació la cuenta de banco.
¿Se pudo hacer algo en la justicia ?
No se puede hacer nada, porque yo como tenía una confianza tan grande, a pesar de que todo el mundo me decía que tuviera cuidado, mis hermanos, mi familia, mis amigos, pero yo tengo un defecto soy muy cabeza dura. Y además yo odiaba ir al centro a depositar guita, o a los bancos. Y el me traía cada tanto un montón de papeles para firmar y yo firmaba sin mirar, sin leer. Entonces por ahí, de repente firmé que le daba todo, que se yo. Igual todo, todo no. Mi casa está divina, mi perro está divino y acá seguiré tranquilo hasta que me muera.
Tenés pensado hacer algo para la temporada de verano, aquí o en otro lado.
Si claro, de hecho, creo voy a hacer aquí tardes para tomar el té.
Acá, aunque en otro lado también tengo una propuesta muy interesante, que prometí no decirla, pero es algo muy interesante realmente.
Los otros días me llamó Fátima Flores, que realmente creo que tiene un talento único. De esta época de las actrices de ahora Susana es la mejor comediante, lejos del Hemisferio Sur, pero Fátima, una de las más grandes artistas.
Hace mucho tiempo hice un espectáculo en el que yo hacía Camila Parker Bowles (que nadie sabía quién era), con un chico que imitaba a Moria, genial, pero genial. Pero a mí me pareció que era un espectáculo demasiado gay. Que por ahí mujeres se iban a divertir mucho, pero de pronto los hombres no tanto. Entonces se me ocurrió poner un aviso en el diario pidiendo una mujer para aparecer totalmente desnuda en cuadro, maravillosamente iluminado. Se presentaron como 400. Yo llegué, las ví a todas así vestidas. Y elijo a una y le digo: “A ver vos, la del trajecito beige, vení. ¿Te animas a subir al escenario y desnudarte?
Ella accede y se queda en el escenario, en bombacha, y era absolutamente divina, un cuerpo perfecto y ¿sabes quién era?: Fátima Flores. Ella debutó conmigo y hacía ese número, que a la gente le encantaba porque estaba como Marilyn en el aviso, acostada y daba vueltas. Era un número divino.
Un día cuando agarramos más confianza me dijo que a ella también le gustaba hablar, que podía hacer monólogos, imitaciones. Y a mí ahí me falló la intuición. Le dije no hijita yo necesitaba un cuerpo de mujer como el tuyo, divino, pero no preciso un comediante.
Te lo agradezco, pero no por el momento.
Ella me respondió: “Bueno, de todos modos te agradezco porque fuiste el primero que me hizo subir a un escenario.”
Ahora en unos días, Fátima vendrá a Montevideo y me va a hacer un homenaje a mí, que fui el primero. Y voy a contar esto, que ella me dijo que podía hacer de todo, y que yo tan estúpido, tan bruto no se me ocurrió que además de tan divina, podía ser una artista excelente y obviamente demostró luego que es excelente.
Sé que sos un hombre de sueños concretados. Pero viste que dicen que uno a veces tiene algún sueño escondido, algún sueño loco que anhela se convierta en realidad. ¿Cuál sería ese sueño?
Realizar el espectáculo que me estoy preparando para hacer en el verano. Que me salga bien, hacerlo bien, porque a veces uno se lo imagina en los sueños y después sale mal.
Es muy difícil hacer algo que te guste, y que vos pienses en que no es para que te guste a vos, que es para que le guste a la gente. Pero también te tiene que gustar a vos, es difícil por ahí, pero pasarán los años y será siempre el desafío.