Bajo el paraguas de la prevención de accidentes la colocación de radares ha pasado a ser, no solo una importante caja de recaudación para los gobiernos departamentales y nacionales, sino que han contribuido a un enlentecimiento en las rutas nacionales que torna tortuoso el intento de querer dejar la capital e ir a pasar un fin de semana al Este, o para turistas que gustaban venir a nuestra tierra.
Las rutas nacionales, construidas en el pasado para automóviles, ómnibus y camiones, parecen desdibujarse y están cada vez más cerca de pasar a convertirse en sendas peatonales.
Nadie pone en tela de juicio que los controles de velocidad son justos y necesarios, sobre todo cuando se habla de ingresar a pequeños o grandes balnearios que han nacido al borde de las rutas, pero resulta bastante insólito que cualquier turista que quiera llegar de la capital al principal balneario de Sudamérica en automóvil y por lo que debiera ser una vía rápida, deba sortear tantos obstáculos que ya le quitan hasta las ganas de seguir viaje.
Un relevamiento realizado por Portada, y que ubica a un conductor en la Intendencia de Montevideo, llegar a la Avenida Gorlero le toma un promedio de casi tres horas a las velocidades establecidas en radares móviles y fijos, que para sorpresa de muchos resultan incoherentes en sus registros, pasando de 45, 60 a 75 kilómetros por hora en tan solo pocas cuadras.
Desde 18 y Ejido, dependiendo la vía que se opte tomar lo esperan radares que recaudan para la Intendencia de Montevideo, pionera en este sistema, que fue rápidamente imitado por Canelones, el Ministerio de Transporte en rutas y recientemente la Intendencia de Maldonado.
El viaje, que debería ser placentero, se torna en un estrés constante que desvía los ojos del conductor a cualquiera de las aplicaciones instaladas en su celular para no llevarse demasiadas sorpresas.
Entre la IMM, Rivera, para luego tomar la rambla hasta el puente Carrasco, encontrará 6 radares.
Creyendo que al salir de la capital podrá aumentar un poco la marcha hacia el Este se encuentra con los radares de la Intendencia de Canelones que visten, tanto la rambla como Giannatassio.
Allí entre el Puente Carrasco y el Peaje Pando verá al menos cuatro radares fijos, elija venir por cualquiera de las dos vías posibles.
Entusiasmado porque ahora sí, después del peaje sería imposible en una ruta nacional encontrar controles más estrictos y por ende podrá pisar un poco el acelerador, su rostro se desfigura al detectar que pasando el peaje encuentra el primero y entre el peaje y Parque del Plata hay al menos 8, entre radares móviles y fijos.
En la ruta interbalnearia también encontrará radares en San Luis, ocasionales controles de la Policía Caminera y luego, al ingresar al departamento de Maldonado también se encuentra con un alto número de radares. La Capuera, Solanas, Punta Ballena, lo reciben con foto y todo.
Siguiendo viaje por la rambla, hasta llegar a Parada 1 y doblar hasta el comienzo de Gorlero le dan la bienvenida 5 radares más.
Cuando frenó en Gorlero y la 31 el conductor salió del auto con más estrés que con el que había partido.
Era sábado en la mañana y lo peor era que al otro día debía volver.
Por un instante pensó que menos mal viajaba solo, no podría imaginar una familia completa con niños pequeños a paso de hombre y con embotellamientos constantes a su regreso.
En síntesis, las rutas han dejado de ser para los automóviles. Más vale hacerlas peatonales de una buena vez y buscar vías alternativas para tratar de llegar sin la tortuosa experiencia de ir paseando en el tren fantasma, aunque a esta altura, el viejo juego del Parque Rodó seguramente vaya más rápido.
